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La clave está en el agua

Publicado por maria teresa corbinos pubill en

El agua es el componente de mayor magnitud en nuestro organismo pues representa alrededor de un 60 % del peso corporal. Supongamos un individuo de 70 kilogramos de peso, su contenido en agua sería de alrededor de unos 42 litros.

El contenido de agua, sin embargo, varía mucho según los tejidos: es máximo en las células de los músculos y las vísceras, mínimo en el tejido adiposo y calcificado. A su vez cada individuo contiene diferentes niveles de agua, hecho condicionado por el sexo, la edad y la cantidad de tejido adiposo:

-Las mujeres presentan un promedio menor de cantidad de agua frente al contenido de la misma en los hombres. 
-A mayor edad, menor contenido de agua en el organismo ( un recién nacido alcanza hasta el 80 % de contenido en agua, un anciano puede estar en un 45%) 
- A mayor contenido de tejido adiposo en el organismo, menor es el porcentaje de agua total. Este hecho se explica porque la matriz citoplasmática contenida en el interior de las células del tejido adiposo, están constituidas fundamentalmente por lípidos (triacilglicéridos) que apenas contienen agua

¿Por qué resulta clave interiorizar que el principal componente de nuestro organismo es el agua? 
La gran mayoría de la biodinámica interna de los mamíferos superiores se produce en el medio líquido: el agua, donde están disueltas sales minerales. El agua actúa de forma activa como sustrato en múltiples reacciones químicas y, además, resulta ser el producto final en las reacciones de oxidación que se producen en el interior del organismo.

El agua es esencial como método de transporte interno y, con ello, contribuye a la absorción de nutrientes por parte del tracto digestivo y a la excreción de residuos a través del sistema renal. Sin olvidar que es el principal componente extracelular de la sangre. Otro factor crucial para el mantenimiento de la homeostasis es el intercambio de agua y electrolitos entre el interior y el exterior del organismo. La regulación activa para mantener en equilibrio el medio interno frente a circunstancias que podrían alterarlo, pasa por el adecuado nivel hídrico de nuestro cuerpo.

Una buena parte de los solutos disueltos en el agua del organismo son electrólitos, sustancias que al disolverse en agua se convierten en iones, es decir, partículas que presentan una carga eléctrica positiva (cationes) o una carga eléctrica negativa (aniones). El mecanismo que ejerce la regulación de agua en el organismo se basa, principalmente, en la ingesta de agua por parte del aparato digestivo (apetito y sed) y en la eliminación de agua por parte del riñón. Este órgano es el encargado de conservar el agua y los solutos, normalmente presentes en el organismo, así como los electrólitos: sodio, potasio, cloruro y bicarbonato. 

¿Qué relación existe entre el agua de mar y nuestro organismo?

Hace unos 300 millones de años en la Tierra, determinados minerales frente determinados fotones, bacterias y reacciones bioquímicas, crearon los primeros ácidos nucleótidos que derivaron en lo que conocemos como VIDA. Y la vida apareció en el mar. La célula primigenia resultó equivalente en composición al agua del mar. Y así sigue siendo. En la actualidad, y gracias a los avances científicos, queda corroborado que el agua de mar presenta todos los elementos análogos de la tabla periódica, así como, nuestro medio interno dispone de proporciones similares en composición bioquímica a la del agua del mar.

Simbiosis: sistema inmunitario y agua de mar

La principal barrera de protección frente al exterior podemos llegar a pensar que es la piel. Y sí, la piel es la frontera real y visible que tiene nuestro cuerpo para proteger nuestro interior del exterior; sin embargo, no es nuestra principal barrera defensiva, aunque sí física junto a las mucosas. Dichas mucosas son nuestros agentes físicos protectores frente a las interferencias exteriores y, de entre ellas, una de las más importantes es la mucosa intestinal. La adecuada respuesta de nuestro sistema inmunitario pasa por aportar los micronutrientes necesarios y adecuados que agilicen dicha respuesta, y para ello el adecuado estado de las mucosas resulta crucial.

La biodinámica interna necesita de los convenientes sustratos. El hecho de recomendar una dieta equilibrada rica en antioxidantes, libre de azúcares refinados y alimentos procesados, con un bajo nivel de consumo de alcohol e incluso nulo, así como eliminar la ingesta de bebidas azucaradas a favor de beber agua o infusiones, resulta lógico si queremos que nuestro organismo funcione como una maquinaria compleja pero eficiente como lo que es. Contribuir a la integridad de las mucosas pasa por aportar vitaminas y minerales concretos, del mismo modo que a medida que se avanza hacia el interior de nuestro organismo y la dinámica de nuestros sistemas se sofistica, éste necesita principios activos concretos pero a la vez combinados para que dicha dinámica interna sea lo más ágil y eficaz.

Llegados a este punto y frente la amalgama de complementos nutricionales que el mercado nos proporciona, debemos ponernos de frente a la naturaleza y reflexionar sobre lo que ella nos ofrece y, en concreto, lo que nos ofrece el mar. El mar a pesar de estar maltratado de forma continua por el hombre, nos brinda un rico elemento, sencillo pero asimismo rico en nutrientes: el agua de mar. Se conoce su uso terapéutico desde hace miles de años. Las antiguas culturas mesopotámicas y egipcias ya usaban sus beneficios desde el año 5000 a. de C.

El aporte de minerales que suministra el agua de mar resulta equivalente al contenido de éstos contenidos en el plasma sanguíneo, lo que hace del agua de mar el sustrato clave para un adecuado funcionamiento sistémico. En este sentido, el sistema inmunitario resulta adecuadamente beneficiado pues precisa de minerales y oligoelementos como el zinc, el cobre, el selenio, el magnesio o el manganeso, contenidos en las cantidades adecuadas en el agua de mar, para asegurar una correcta respuesta celular, una presentación precisa del antígeno que pueda llegar a invadir nuestro organismo y, por último, una correcta respuesta bioquímica.

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La clave está en el agua

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